miércoles, 24 de agosto de 2011

El gobierno está igual que Chile en la Copa América

Me dolió perder con Venezuela y que nos eliminaran de la Copa América. Mucho. Simplemente no podía creer estar viviendo nuevamente una tarde para el olvido. Lo peor es que esta vez dolió mucho más porque, como la mayoría de los chilenos, creo que nunca, desde que me acuerdo, habíamos tenido posibilidades tan claras de salir campeones.
Chile con un buen equipo y con buenas figuras, Brasil y Argentina eliminados, nos encontraríamos con los mejores – Uruguay – en la final, y en semifinales tendríamos que enfrentarnos a un equipo accesible como Paraguay. Pero se nos apareció Venezuela, pecamos de arrogantes y confiados al principio, de desesperados al final, y nos quedamos fuera, haciendo, de paso, uno de los peores papelones de nuestra historia futbolística.
A veces trato de pensar en la conversación del camarín en el entretiempo de ese partido en que estábamos perdiendo y quedábamos eliminados, y la verdad, no logro imaginarme otra cosa que a Borghi diciéndole al equipo: “tranquilos muchachos, si seguimos como vamos, los goles van a salir seguro, esto es imposible perderlo”, y diciéndose a sí mismo: “hago un par de cambios, pongo a las estrellas, y seguro lo damos vuelta”.
Me imagino poca autocritica, poco cuestionamiento al modelo de juego, poca valoración de la gravedad real de la situación, y ni hablar de despertar, remecer y finalmente motivar al equipo. A lo más lo veo prometiendo rajarse con un mega asado al final si es que se ganaba.
La historia ya es conocida. Entraron las figuras que estaban en la banca, cambiaron en algo la dinámica del juego, pero ya era tarde y el resultado fue el mismo, o tal vez peor. Nos fuimos para la casa con la derrota, y la vergüenza entre las piernas.
Qué similar se me hace esto con la situación actual de Piñera, con el reciente cambio de gabinete, y con el segundo tiempo que tiene por delante la nueva forma de gobernar.
Creo que la derecha se está farreando una oportunidad única de consolidarse como una opción política, y de gobierno, real. Yo era de los convencidos, al principio, que esto duraba ocho años mínimo. La Concertación había sido derrotada, y en un año, aún no lograba – ni logra del todo – levantarse del golpe de knock-out que recibió.
El terremoto, a pocos días de asumir, le permitiría dos cosas tremendamente importantes, primero, lucirse en lo que siempre dijo que era su mayor valor agregado, la gestión, segundo, en caso de ejecutar muy bien el proceso de reconstrucción, decir que si alguna promesa de campaña no se cumplía, se debía a que el terremoto lo obligó a cambiar los planes.
Piñera recibía al país en una etapa del ciclo económico que aseguraba buen crecimiento y buenos niveles de empleo. El Gobierno contaba con el respaldo de una coalición que había luchado 20 años por ser Gobierno. La contingencia de los 33 mineros, y una correcta decisión estratégica, empinaban su popularidad, levantando también las primeras cartas para lograr una segunda victoria en las próximas elecciones presidenciales. En resumen, un escenario bastante bueno para “asegurar el partido”.
Pero al igual que la selección chilena en el partido con Venezuela, pudo más la arrogancia del “gobierno de los mejores”; el exceso de confianza del “gabinete de técnicos y gerentes”; el celebrar por adelantado, con una política comunicacional de anuncios y promesas, con letra chica y poco cumplimiento; el no ser estricto con el equipo en casos como el de Van Rysselberghe, la ex Ministra Matte e incluso Hinzpeter; la falta de visión del líder para dimensionar realmente al adversario, entender el problema a cabalidad y corregir no sólo a las personas sino que la dinámica de juego; y sobre todo, la forma de trabajar en equipo, con un presidente omnipresente, que constantemente está en la línea de fuego, y por lo mismo, tiene muchas oportunidades para cometer errores. Oportunidades que rara vez pierde.
Hoy Piñera y su gobierno empiezan su segundo tiempo. Es obvio que va perdiendo, aunque no por goleada, y está corriendo un riesgo serio de quedar eliminado frente a una oposición que es menos que el equipo de Venezuela. Espero, por el bien de Chile, y de la política en estos dos años, que no cometa los mismos errores del primer tiempo de la selección, y de Borghi en el entretiempo. Que entienda que no puede depositar toda la fe exclusivamente en el ingreso de las “figuras históricas”. Que debe generar un cambio en la táctica de juego, y hacer algún gol pronto – ojalá en educación, o con el tema de Hidroaysén – para motivar a su equipo, y también a la hinchada. Si no, pasará el tiempo y empezará la desesperación, y un equipo desesperado, con un líder que no dimensiona bien los problemas, no lo hace bien ni en la cancha ni en La Moneda.